Desde un punto de vista rosacruz, el tiempo no es una realidad material, en el sentido de que es imposible percibirlo como fenómeno. En el absoluto, es un estado de conciencia. Para convencerse de ello, basta con considerar lo que sucede cuando dormimos con un sueño profundo: las horas pasan al mismo ritmo que cuando estamos despiertos, pero no estamos conscientes objetivamente. Inversamente, un sueño de unos minutos nos hace vivir acontecimientos “internos” cuya duración nos parece infinitamente más larga. Por otra parte, todo sabemos que el tiempo «vuela» cuando se está muy ocupado, y que «no termina nunca de pasar» cuando uno se aburre o hace algo poco agradable.

Estos ejemplos muestran que el tiempo envuelve una noción relativa que no puede reducirse a datos numéricos. Dicho esto, nos guste o no, forma parte integrante de la condición humana y ejerce una gran influencia en nuestra vida cotidiana. Por eso, no sería razonable considerarlo únicamente como una ilusión y comportarse como si no existiera. Sin embargo, es lamentable la carrera desenfrenada que se lleva a cabo contra él y la obsesión de los hombres por querer rentabilizarlo, ya que esto va en detrimento de la calidad de vida y de las relaciones humanas.